Poussin (1594-1665)

NICOLÁS POUSSIN (1594-1665) PINTURA BARROCA FRANCESA CORRIENTE CLASICISTA

Pintor francés; fue el fundador y máximo representante de la pintura clasicista francesa del siglo XVII. La lógica, el orden y la claridad fueron virtudes esenciales en su trabajo y ha influido de manera decisiva en el devenir del arte francés hasta nuestros días.

Poussin nació cerca de Les Andelys, Normandía, en junio de 1594, en el seno de una familia campesina. Estudió pintura en París y quizá también en Ruán. En 1624 viajó a Roma, donde permaneció el resto de su vida, salvo una estancia de 18 meses en París entre 1640 y 1642. Sus primeras obras romanas reflejan las abigarradas composiciones y las animadas superficies que caracterizaron el manierismo de mediados del siglo XVI.

Alrededor de 1630 su estilo empezó a cambiar, alejándose de la emergente exuberancia del barroco para dedicarse por entero a su pasión por la antigüedad, enfocando su pintura sobre todo hacia asuntos bíblicos y mitológicos.

Adopta un tamaño más bien pequeño para composiciones históricas o mitológicas, entre las cuales dominan primero las bacanales, los «cortejos», o «triunfos» decorativos (El Imperio de Flora, 1631; Dresde), después las meditaciones alegóricas en una gama clara (La Inspiración del Poeta, Louvre), llegando a composiciones que recuerdan bajorrelieves antiguos (Moisés salvado del Nilo, 1638; Louvre).

En 1639 Luis XIII llama a París al artista, ya ilustre, para decorar la gran galería del Louvre con la Historia de Hércules.

Vuelve a Roma en 1642, para siempre, vive modestamente cerca de la plaza de España, con su mujer, Madeleine Dughet. Trabaja intensa y lentamente para cumplir con encargos tanto romanos como parisinos, charlando al anochecer en la plaza con un grupo de admiradores y discípulos, a veces paseando por la campiña romana, donde toma muchos apuntes del natural. Su arte evoluciona desde su vuelta de Francia hacia un estilo más tenso y grave; ocupan lugar preferente los asuntos religiosos (Los Siete Sacramentos pintados para el aficionado francés Chantelou) y los temas históricos, que exaltan el estoicismo, la victoria del hombre sobre las pasiones y el destino (La Continencia de Escipión, El Entierro de Foción, 1648; Louvre). En sus últimos años, este estilo a veces algo seco se va renovando por la creciente importancia del paisaje, que relega a los diminutos protagonistas a un papel secundario (Apolo y Dafne, las cuatro estaciones a través de episodios bíblicos: El paraíso terrenal, Ruth y Booz, Tierra de promisión, El Diluvio, en el Louvre).

A través de sus 40 años romanos, aparece como el prototipo del artista exigente, culto, reflexivo, que siempre controla la inspiración con la razón, tal como se representó a sí mismo en su admirable Autorretrato del Louvre. No tiene la menor duda sobre la supremacía de la pintura de historia. Grecia y Roma, la Biblia y el Evangelio, son sus fuentes casi exclusivas. Pero en estos episodios le preocupan ante todo la claridad de la acción, el ritmo plástico de la composición, preparada muchas veces por maquetas de barro («hay que empezar por la disposición»), la verdad psicológica («la verosimilitud y la razón por todas partes») de los gestos y expresiones, la primacía del dibujo sobre el color. Y este arte tiene como meta, en sus momentos líricos, una serenidad noble y melancólica, la de los Pastores de Arcadia del Louvre: meditación en un paisaje idílico sobre la presencia de la muerte; la del Parnaso del Prado: el cortejo grave de Apolo y de las musas ante la hermosura de la ninfa Castalia.

Poussin fue un artista mucho más rico y complejo dé lo que se creía. Existe, sobre todo en su juventud, un Poussin «barroco», o mejor dicho persiste la lucha entre un temperamento fogoso y la inteligencia voluntaria que le frena; muchas veces una primera versión dinámica y algo confusa, pintura o dibujo, se va depurando, clarificando (así para los Raptos de las Sabinas, de Nueva York y del Louvre, y para varias Bacanales). Existe un Poussin «colorista», no sólo por la perfecta y delicada armonía de los tonos, sino también por alardes imprevistos (como el extraño caballo blanco sobre el cielo rojizo del crepúsculo en Tancredo y Clorinda, Ermitage); un Poussin que no es indiferente al claroscuro o al nocturno (así en las series de los Siete Sacramentos). Y se ha podido hablar del «voluptuoso Poussin», con un sentido grave, pero muy pagano de la belleza del cuerpo femenino; pintor que elogiaba la belleza de las mozas de Nimes, comparándolas con hermosas columnas, aparece en sus Venus, sus Galateas, sus Bacantes como un continuador de Tiziano.

Pero sobre todo es un paisajista admirable. Aunque sus estudios del natural estén elaborados después en la arquitectura del «paisaje histórico» modelado por el hombre, donde en escenarios de montañas y ríos van adornados con templos, sepulcros o columnas que recuerdan las grandezas de Roma, hay en el pintor una extraordinaria sensibilidad para la luz, el agua y los árboles.

Murió en Roma el 19 de noviembre de 1665.